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J. BERNABEU-MESTRE ET AL.

A

LIM.

N

UTRI.

S

ALUD

30

nos afecta también a los médicos, que cuando tratamos

de establecer regímenes a nuestros enfermos, tropeza-

mos con el desconocimiento del valor nutritivo de los

recursos españoles.”

Carrasco contó entre sus colaboradores con Luis Aransay

Álvaro (1905-1978), profesor agregado y alumno y colabo-

rador del profesor Carlos Jiménez Díaz (1898-1967), Alfredo

Bootello, profesor ayudante, quien llegó a ocupar la Jefatura

de Higiene de la Alimentación de la Dirección General de

Sanidad, tras la Guerra Civil, y Carmen Alvarado, profesora

preparadora. Además, participaron en los trabajos e inves-

tigaciones auspiciadas por la Cátedra de Higiene de la Ali-

mentación y la Nutrición de la Escuela Nacional de Sanidad,

entre otros, Antonia Pastor, Carmen Olmeda Vioreta, Luisa

Piñoles y Francisco Jiménez. Este último se incorporó en la

década de 1940 al Instituto de Investigaciones Médicas que

dirigía el profesor Carlos Jiménez Díaz, además de colaborar

con Francisco Grande Covián (30).

Para poder conocer lo que se comía en España, el grupo

del profesor Carrasco realizó diversos estudios siguiendo

las recomendaciones del Comité Internacional de Higiene

(18). Los resultados ponían de manifiesto las deficiencias

cuantitativas y cualitativas que mostraba en términos de

alimentación y nutrición la población española. En pala-

bras de Carrasco, el elevado consumo de pan aseguraba el

aporte de hidratos de carbono, pero comportaba un déficit

de proteínas, especialmente de proteínas completas en ami-

noácidos esenciales y un déficit en vitaminas y minerales, al

mismo tiempo que recordaba que la carne mostraba un ver-

dadero interés sanitario, no tanto porque homogéneamente

se consumía poca cantidad, sino porque probablemente

eran varios millones los españoles que no comían carne o

lo hacían en ocasiones extraordinarias. Otro tanto ocurría

con la leche, consumida sobre todo desde su condición de

alimento medicina en caso de enfermedad. Se concluía que

en “España se comía lo que se podía comprar” (31).

Para abordar dichos retos, se volvía a insistir, por un

lado, en la necesidad de “divulgar la distribución de presu-

puestos ‘alimenticios’ que asegurasen una ración perfecta

del modo más económico”, tal y como señalaba el profesor

José Giral Pereira a propósito de unas reflexiones sobre las

repercusiones económicas y sociales de la alimentación hu-

mana (32); por otro, en la urgencia de poder contar con un

Instituto de Higiene de la Alimentación. Como afirmaba el

doctor Carrasco, “el problema tiene suficiente importancia

como para justificar, una vez más, que se decida la organi-

zación y desarrollo en España de una higiene alimenticia,

cuyo centro especial podría informar fundadamente sobre

el estado real de problema tan importante” (33). Como se

explicará más adelante, la creación del Instituto tuvo lugar

en 1937, en plena Guerra Civil.

Junto a las actividades desarrolladas por la Escuela Nacional

de Sanidad, la puesta en marcha de los servicios de higiene de

la alimentación se configuró como el otro gran elemento que

sirvió de articulador de las políticas de nutrición que impulsó

la Segunda República, y que se concretó en la creación en

1933 de una Sección de Higiene de la Alimentación dentro

del organigrama de la Dirección General de Sanidad (18).

El salubrista Juan Moroder Muedra (1905-1965) en un

artículo publicado en 1934 en la

Revista de Sanidad e

Higiene Pública

, con el título de “Los puntos de vista sani-

tarios de la alimentación humana” (34), exponía las razones

que justificaban la conveniencia o necesidad de establecer

aquellos servicios y sus características. Las actividades a

desarrollar se agrupaban en dos grandes grupos: “las des-

tinadas a los alimentos y las destinadas a la población”.

Respecto a los alimentos, se trataba de controlarlos desde

el punto de vista de estudio de sus contenidos y cualidades,

de su condición de posibles portadores de enfermedad, de

su dimensión económica (precios), y del control de su pro-

ducción y manipulación. En cuanto a la población, las ac-

tividades estaban encaminadas a valorar las necesidades

alimentarias de la población, y a su educación en materia

de alimentación y nutrición.

Para alcanzar aquellos objetivos, se contemplaba la in-

corporación a dichos servicios de un equipo de profesiona-

les de carácter pluridisciplinar: expertos en salud pública,

químicos, bacteriólogos, nutriólogos e inspectores sanita-

rios, además de integrar los servicios municipales de vigilan-

cia de los alimentos, la única labor que se venía realizando

con cierta regularidad.

El doctor Moroder reiteraba argumentos expuestos con

anterioridad por otros higienistas y, en referencia al caso

español, exponía que el principal problema referente a la

alimentación no era de naturaleza económica. Las clases

sociales más desfavorecidas se alimentaban mal, más por

calidad que por cantidad. Las clases más pudientes se ali-

mentaban erróneamente, al consumir en exceso y provocar

“enfermedades y trastornos digestivos y de la nutrición que

acortan su vida media”. Por otra parte, existían alimentos

accesibles económicamente de gran valor nutritivo, que la

población despreciaba por ignorancia o por no emplearlos

debidamente, con el quebranto económico que provocaba

en los presupuestos que destinaba cada familia a la alimen-

tación. Por todas estas razones, los servicios de higiene de

la alimentación debían contemplar la labor educativa no de

forma uniforme, sino tomando en consideración las particu-

laridades de cada clase y grupo social. También se contem-

plaban actuaciones específicas encaminadas a garantizar una

alimentación racional en instituciones de diversa naturaleza

(colegios, cuarteles, conventos, cárceles, etc.), e iniciativas

encaminadas a conseguir la divulgación de una cocina dieté-

tica que tenía como público diana a las mujeres, y que con-

templaba la preparación de lecciones culinarias prácticas que

formasen tanto en la confección de los alimentos, como en

la simplificación y la economía de la alimentación. Como in-

dicaba el propio Moroder (34):

“No es cuestión de que el pueblo coma más, se trata

de que el pueblo coma mejor, y esto en ocasiones se pue-

de hacer sin necesidad de realizar un mayor desembolso

económico. Con el mismo desembolso se puede realizar

una alimentación más perfecta e higiénica, y aquí debe

entrar la función sanitaria, estudiando y descubriendo los

trastornos relacionados seguramente con faltas alimenti-

cias, enseñando al mismo tiempo la manera de corregir-

los y compensarlos […] no puede haber mejor profilaxis

contra la mortalidad infantil y la senectud precoz que la